Me gusta

xoves, 5 de maio de 2016

A corda

Ayer al salir de trabajar del African Union decidí pararme a limpiar los tenis en una calle que desemboca en Mexico Square. No lo había hecho nunca, o quizás una sola vez. No me gusta eso de que alguien esté agachado limpíandome las botas, aunque aquí sea costumbre. Las calles están llenas de filas de limpiabotas. Me senté delante de uno y me descalcé. Le di mis tenis para que los limpiara con más libertad de la que tendría con ellos puestos. Estaban sucísimos de tantos días que lleva lloviendo, y la falta de asfaltado en las calles acaba por dejarte el calzado hecho una porquería.
La acera estaba atestada de gente yendo de un lado otro. De pronto reparo en un señora sentada en medio de la acera, a un metro de mí. Tiene el pelo rapado y es ciega. Completamente ciega. Está pidiendo y la gente la sortea. Mucha le deja una moneda. Tiene un bebé precioso de un año, más o menos. Pongo toda mi atención en ellos. Le está cambiando el pantaloncito que lleva mientras suelta palabras en alto para retener la atención de todo el que pasa. Parece que dice algo de la Virgen María. El niño no llora. Creo que en los meses que llevo aquí no he oído nunca llorar a un bebé. Ni en los minibuses ni en la calle. En ningún sitio. Con su pantaloncito limpio, el bebé, que ya gatea y da pequeños pasos, trata de ponerse de pie. La madre lo sujeta y sigue arreglándole la ropa. Le ata a su cintura una cuerdita de algodón que lleva dos botellas de plástico anudadas. El bebé solo puede desplazarse hasta donde la cuerda le permite, unos dos metros. Corretea, juega con las botellas que hacen ruido, y la madre tira de la cuerda y lo devuelve hacia ella. Así todo el rato. Es la forma que tiene de no perderlo entre la muchedumbre.
Espero que un día ese bebé pueda romper esa cuerda. Escapar de la pobreza, de la  miseria, no heredarlas como un estigma. Que la sociedad, el sistema o él mismo le den la oportunidad de escapar de la acera en que se crió. Y que vuele a donde quiera, sin ataduras a la cintura.

Me voy  y lo dejo mamando del pecho de su madre, que cariñosamente lo acurruca. Abriendo las manos de par en par y cerrando los ojitos, como si estuviera en el paraíso.

Onte ao saír de traballar do African Union decidín pararme a limpar os tenis nunha rúa que desemboca en Mexico Square. Non o fixera nunca, ou quizais unha soa vez. Non me gusta iso de que alguén estea agachado limpíandome as botas, aínda que aquí sexa costume. As rúas están cheas de filas de limpiabotas. Senteime diante dun e quiteime os zapatos. Deille os meus tenis para que os limpase con máis liberdade da que tería con eles postos. Estaban moi sucios de tantos días que leva chovendo, e a falta de asfaltado nas rúas acaba por deixarche o calzado feito unha porcallada.
A beirarrúa estaba ateigada de xente indo dun lado outro. De súpeto reparo nun señora sentada no medio da beirarrúa, a un metro de min. Ten o pelo rapado e é cega. Completamente cega. Está a pedir e a xente sortéaa. Moita lle deixa unha moeda. Ten un bebé precioso dun ano, máis ou menos. Poño toda a miña atención neles. Está a cambiarlle o pantalonciño que leva mentres solta palabras en voz alta para reter a atención de todo o que pasa. Parece que di algo da Virxe María. O neno non chora. Creo que nos meses que levo aquí non oín nunca chorar a un bebé. Nin nos minibuses nin na rúa. En ningún sitio. Co seu pantalonciño limpo, o bebé, que xa gatea e dá pequenos pasos, trata de poñerse de pé. A nai suxéitao e segue arranxándolle a roupa. Átalle á súa cintura unha cordiña de algodón que leva dúas botellas de plástico anudadas. O bebé só pode desprazarse ata onde a corda llo permite, uns dous metros. Corretea, xoga coas botellas que fan ruído, e a nai tira da corda e devólveo cara a ela. Así todo todo o rato. É a forma que ten de non perdelo entre o xentío.
Agardo que un día ese bebé poida romper esa corda. Escapar da pobreza, da  miseria, non herdalas como un estigma. Que a sociedade, o sistema ou el mesmo lle dean a oportunidade de escapar da beirarrúa en que se criou. E que voe onde queira, sen ataduras á cintura.
Vou  e déixoo mamando do peito da súa nai, que agarimosamente o aniña. Abrindo as mans de pao a pao e pechando os olliños, coma se estivese no paraíso.


4 comentarios:

  1. Para que ese bebé poda romper esa corda, temos que pensar nela nós tamén, os do "primeiro" mundo, e ver se quereriamos renunciar a privilexios para que isto se igualase máis. Que complicado... en fin.
    Alucino con que non oiras chorar aos bebés... que cousas. Coincidencia ou é que en Addis os bebés non choran? Por que?....
    Bicos

    ResponderEliminar
  2. Este comentario foi eliminado polo autor.

    ResponderEliminar
  3. Sin duda ya ninguna...que tia mas valiente eres....porque tener que enfrentarte a tantas historias de personas como esa madre y ese hijo, todos los dias y a todas horas, no debe ser facil. A mi aqui solo con leerlo e imaginarlo se me rompe por completo el corazon. Imposible no sufrir...aunque creo que salir de nuestro circulo de bienestar y vivir otras realidades deberia ser obligatorio.😙

    ResponderEliminar
  4. Sin duda ya ninguna...que tia mas valiente eres....porque tener que enfrentarte a tantas historias de personas como esa madre y ese hijo, todos los dias y a todas horas, no debe ser facil. A mi aqui solo con leerlo e imaginarlo se me rompe por completo el corazon. Imposible no sufrir...aunque creo que salir de nuestro circulo de bienestar y vivir otras realidades deberia ser obligatorio.😙

    ResponderEliminar